10.8.12

Director(a), "cabeza de la empresa", o el director(a) me "mete cabeza" en la empresa

En el Perú la expresión “meter cabeza” significa dejar de pagar, estafar o robar a alguien. Hace tres meses sustenté un proyecto ante la directora general y el coordinador de proyectos del instituto tecnológico donde trabajo como profesor. Aún recuerdo algunas escenas de la reunión que me dejaron bastante infeliz. Lejos de saber si le iban a dar luz verde o no a mi trabajo -me enteré de su aprobación en la cafetería del campus por medio de una amiga y, al mismo tiempo, y sin mi consentimiento, también supe que la responsabilidad de su ejecución se lo habían dado a un tercero, a una tercera para ser exacto: la hermana menor de la directora- la actitud de los ejecutivos fue de los más sórdida. Mi exposición duró casi una hora y aunque los dos estaban ahí, los sentía ausentes; hasta ese instante inexplicable en la personalidad de la directora, una mujer caracterizada por ser de trato amable y cortés, así yo tenía dibujada su imagen en mi mente, aunque debo ser sincero: nunca, hasta la fecha de la sustentación, tuve oportunidad de estar en privado con ella,- todas las reuniones siempre habían sido masivas: inauguración del semestre académico, día del maestro, aniversario de la institución, etc.-, sin embargo, mi cerebro la había categorizado con las cualidades ya expuestas, inherentes a ese carácter dulce y empático que terminó desvirtuándose el día de la presentación de mi proyecto. Esa categorización arraigada a la naturaleza misma de nuestro cerebro hace de la idea que tenemos sobre alguien se convierta en una verdad inquebrantable ante cualquier situación, momento y lugar, sin importar que sólo hayamos visto una parte del accionar de nuestro personaje. Efectivamente, ella estaba frente a mí “escuchándome”, contestando, según pude calcular, quince veces el celular y otras tantas manipulando su agenda electrónica, todas ellas de variadas formas: sea recostándose sobre la silla giratoria, parándose de puntitas y balanceando su cuerpo simulando unos pasitos de gimnasia, o saliendo de la oficina presurosamente, tal vez para buscar privacidad, aunque hablaba tan fuerte que de todos modos lograba escuchar nítidamente su voz. En fin, creo que ella sabía que yo sabía que ella no sabía nada de lo que hasta ese momento pude haber dicho, sólo atinaba a regalarme de cuando en cuando su sonrisita cumplidora, esa que sirve para disimular alguna falta. Al final de la reunión hubo una serie de preguntas, todas por supuesto hechas por el director de proyectos y a las que pude responder con seguridad y destreza. Sin embargo, cuando terminaba de dar el suspiro de alivio, ese que damos todos después de haber salido satisfactoriamente de una situación embarazosa y con aire triunfal, la directora intervino diciendo algo que me volvió a la realidad: Profe, el proyecto de relanzamiento de nuestro centro de idiomas que está presentando se parece bastante al plan que la dirección elaboró el semestre pasado, lo único nuevo y que no habíamos considerado es el punto referido a la publicidad sobre la carrocería de los ómnibus de transporte público. Mientras ella decía estas palabras, el coordinador movía la cabeza en son de complicidad, e, inmediatamente, comencé a sentir un cosquilleo en el estómago y empezó a sudarme las manos. Todo yo infundido en contrición, porque sentía que mi proyecto, presentado de modo virtual y físico, se escurría de mis manos bajo una nueva modalidad de piratería: hacer creer al autor que lo que había creado ya había sido creado por otro. Aunque era sabido por todos en este centro de estudios la incapacidad de la directora para elaborar siquiera una agenda de trabajo, era sabido también la tremenda capacidad que tenía para convertirse en autora con comas y puntos de cualquier trabajo inédito que cayera en sus manos. Mientras los dos me agradecían por haber intentado ayudar a la institución, el tono de voz de la directora era de pena porque veía que yo había hecho un esfuerzo encomiable por aportar, “pero tal vez para la próxima tenga más suerte”, me dijo cuando me acompañaba a la puerta ofreciéndome el oro y el moro en el futuro, ese futuro indescifrable del cual uno no puede dar fe si lo alcanzará, prometiéndome ocupar un cargo administrativo con un sueldo tres veces superior a lo que hoy gano como docente. _Adiós profe, gracias por todo. Cerró la puerta.

 _ ... _ Quedé desolado.

 Una semana después recibía una carta de despido por renovación de personal docente, pero firmada, no por ella, sino por su padre, un excongresista que acababa de cesar sus funciones por no haber sido reelegido, e, inmediatamente, había retomado oficialmente la dirección del instituto.

Cuidadoso debo ser 
En                
Presentar
Estos proyectos a
Alguien.