MEA CULPA
Bien, debo confesar que hace años, yo era de aquellos padres que ante cualquier llamado de atención hacia nuestros hijos no quería mostrarse drástico, es decir, aflojaba un poco la cuerda; para que esta reflexión sea mejor entendida voy a poner el siguiente ejemplo:
Hace quince años estuvo de moda, entre los niños y jóvenes de aquella época, ver la serie animada South Park, donde era notorio su carácter violento, tanto verbal como físico; razón por la cual, algunos amigos, muy poquitos en realidad, me decían: "no dejes que tus hijos vean ese programa, los va a volver violentos" Yo respondía, como la mayoría de padres latinoamericanos: "Vamos, no es para tanto" (aflojaba la cuerda); y, aunque, efectivamente, veía que mis hijos, como los hijos de los demás que veían estos dibujos, mostraban agresividad en sus conductas, nunca se los atribuí a estos animes, sino a mi incapacidad como padre y rutinaria vida de empleado encadenado a mi trabajo y exento de la compañía, cuidado y educación de mi familia. Ha pasado mucho tiempo y estoy seguro que la “bendita” psicología comercial de dicha serie hizo un buen trabajo en la mente de aquellos padres, que, como yo, andábamos por la vida deambulando con alto grado de inmadurez. En fin.
En la actualidad, los riálitis (lo escribo tal como suena, please) nos dan _ entre ellos "Combate" y “Esto es guerra”_ ya no sólo muestras de violencia física y verbal, sino una retahíla de erotismo, sensualidad, pornografía sutil, perreo chacalonero (pornografía vulgar), hipocresía, bullying, … Hace quince años, así como con South Park, tengo amigos, ya más tíos y con esa firmeza que les da la experiencia, diciéndome otra vez: “No dejes que tus hijos vean esos programas, los vuelve violentos” Me miro al espejo con más años encima, de reojo veo a mis hijos más grandes, que no se toleran entre ellos, observo las noticias, adolescentes delincuentes, jóvenes que no superan los veintiocho años siendo apresados por extorsión, asesinato y secuestro, oteo, a través de mi balcón, a chiquillos en cada esquina rascándose la panza con una chela en la mano, y, digo que esta vez ya no voy a aflojar la cuerda. Llamo a mis dos últimos hijos de seis y siete años y les digo: “¡Niños, apaguen el televisor! ¡Vamos a pasear!”
28.3.13
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