'En el Perú la expresión “meter cabeza” significa dejar de pagar, estafar o robar a alguien.
Hace tres meses sustenté un proyecto ante la directora general y el coordinador de proyectos del instituto tecnológico donde trabajo como profesor. Aún recuerdo algunas escenas de la reunión que me dejaron bastante infeliz. Lejos de saber si le iban a dar luz verde o no a mi trabajo, -me enteré de su aprobación en la cafetería del campus por medio de una amiga y, al mismo tiempo, también supe que la responsabilidad de su ejecución se lo habían dado a un tercero, a una tercera para ser exacto: la hermana menor de la directora-, lo que me llamó la atención fue la actitud de los ejecutivos. La exposición duró casi una hora y aunque los dos estaban ahí, los sentía ausentes; hasta ese instante inexplicable en la personalidad de la directora, una mujer caracterizada por ser de trato amable y cortés, así yo tenía dibujada su imagen en mi mente, aunque debo ser sincero: nunca, hasta la fecha de la sustentación, tuve oportunidad de estar en privado con ella,- todas las reuniones siempre habían sido masivas: inauguración del semestre académico, día del maestro, aniversario de la institución, etc.-, sin embargo mi cerebro la había categorizado con las cualidades ya expuestas, inherentes a ese carácter dulce y empático que terminó desvirtuándose el día de la presentación. Esa categorización arraigada a la naturaleza misma de nuestro cerebro hace de la idea que tenemos sobre alguien se convierta en una verdad inquebrantable ante cualquier situación, momento y lugar, sin importar que sólo hayamos visto una parte del accionar de nuestro personaje.
Efectivamente, ella estaba frente a mí “escuchándome”, contestando, según pude calcular, quince veces el celular y otras tantas manipulando su agenda electrónica, todas ellas de variadas formas: sea recostándose sobre la silla giratoria, parándose de puntitas y balanceando su cuerpo simulando unos pasitos de gimnasia, o saliendo de la oficina presurosamente, tal vez para buscar privacidad, aunque hablaba tan fuerte que de todos modos lograba escuchar nítidamente su voz. En fin, creo que ella sabía que yo sabía que ella no sabía nada de lo que hasta ese momento pude haber dicho, sólo atinaba a regalarme de cuando en cuando sus sonrisitas cumplidoras, esas que sirven para disimular alguna falta.
Al final de la reunión hubo una serie de preguntas, todas por supuesto hechas por el director de proyectos y a las que pude responder con seguridad y destreza. Sin embargo, cuando me disponía a retirarme, la directora intervino diciendo algo que me desencajó:
Profe, el proyecto de relanzamiento de nuestro centro de idiomas que está presentando se parece bastante al plan que la dirección elaboró el semestre pasado, lo único nuevo y que no habíamos considerado es el punto deferente a la publicidad sobre la carrocería de los ómnibus de transporte público.
Mientras ella decía estas palabras, el coordinador movía la cabeza en son de complicidad, e inmediatamente comencé a sentir un cosquilleo en el estómago y empezó a sudarme las manos. Todo yo infundido en contrición, porque sentía que mi proyecto, presentado de modo virtual y físico, se escurría de mis manos bajo una nueva modalidad de piratería.
Mientras los dos me agradecían por haber intentado ayudar a la institución, el tono de voz de la directora era de pena porque veía que yo había hecho un esfuerzo encomiable por aportar, “pero tal vez para la próxima tenga más suerte”, me dijo cuando me acompañaba a la puerta ofreciéndome en el futuro, ese futuro indescifrable del cual uno no puede dar fe si lo alcanzará, ocupar un cargo administrativo con un sueldo tres veces superior a lo que hoy gano como docente.
_Adiós profe, gracias por todo. Cerró la puerta.
16.9.09
2. SEMBREMOS NUESTRA PRIMERA ACCIÓN
El gran Aristófanes dijo alguna vez que la estupidez bien puede ser muestra de inmadurez, pero cuando se es estúpido luego de haber madurado, definitivamente será nuestra compañera hasta la muerte.
Había un viejo pescador que tenía cuatro hijos a quienes increíblemente no les gustaba pescar. Su padre siempre les quiso enseñar el oficio de la pesca, pero estos nunca sintieron atracción por ello; en realidad no sentían atracción por ningún oficio y la cama se había convertido en su mejor amiga. El pescador se despertaba diariamente a las cuatro de la mañana para hacerse a la mar, después de una ardua jornada de trabajo regresaba a la hora del almuerzo, veía con gran frustración cómo sus hijos acababan de levantarse de la cama. Le recriminaba a su esposa la falta de carácter, le reprochaba por no llamarles la atención y haberlos acostumbrado a ser ociosos.
_Siempre les llamo la atención, pero nunca me hacen caso, dijo ella.
_Acaso no puedes ponerte fuerte, mira lo holgazanes que se han puesto.
_ Pero, qué quieres que haga, no tienen voluntad para trabajar.
El pescador dirigiéndose a sus hijos...
_ No les he dicho a ustedes que se levanten temprano. ¡Carajo!. Los tres ya han pasado los veinte años y no son capaces de ganarse los alimentos con el sudor de su frente.
_Uno de los hijos respondió: “Mira mamá, cómo se comporta mi papá con nosotros. Creo que ya no nos quiere”.
_¿Cuándo dejarán de ser ociosos?, les replicó el padre muy angustiado.
_Ya ves mamá cómo nos trata, seguro que le ha ido mal en el puerto y viene a desquitarse con nosotros.
_Tampoco los trates así querido.
_Desde ahora, si cualquiera de ellos quiere comer va a tener que trabajar, de lo contrario se morirán de hambre, por lo que se refiere a mí, no les voy a dar ni un plato de comida más.
_Tampoco les digas eso, ellos son tus hijos, son tu sangre y no querrás que se mueran de hambre, si tú haces esos yo me voy con mis hijos a vivir a otro lado.
_Ya ves como tú ayudas para que éstos sean así, si no fuese por ti hace rato que los hubiese dado tremenda golpiza por ociosos.
_Ustedes también cuándo piensan trabajar; jamás les ha faltado nada, su papá se ha encargado de darles todo lo que necesitan; piensen además en su salud que ya está deteriorada, si le pasa algo quién va a hacerse cargo de la casa, yo también ya me siento muy cansada, son tantos años dedicados a su padre y a la crianza de ustedes, por favor hijos les pido que se pongan a trabajar.
_Mamá, tú también ya vas a empezar.
El pescador recordó un secreto que le había contado su padre a él y que era muy comentado entre los pescadores. Creyó que era buen momento para hacérselos saber a sus hijos.
_Bueno, como ustedes no quieren trabajar , yo no sé como harán para vivir, su madre y yo ya estamos demasiado viejos y nuestra muerte está cerca, yo los amo y es verdad, como dice su madre son mis hijos y jamás quisiera que se mueran de hambre; por eso si en algún momento les faltase algo, hay un secreto que me dijo su abuelo hace mucho tiempo y que quiero compartirlo con ustedes: él nos contó que unos piratas europeos habían sembrado el terror en el Callao; cuando desembarcaban en el puerto saqueaban la ciudad y hasta violaban a las mujeres. Un día, los pobladores del callao, cansado de esto, se levantaron en contra de las fechorías que éstos hacían en el puerto. Uno de los piratas robó un baúl lleno de oro y plata, uno de los pobladores se dio cuenta y llamó a los demás para hacer justicia con sus propias manos, el pirata se lanzó al mar con todo y tesoro, él murió, pero nunca más se volvió a ver el botín y se cree que todavía está esperando en algún lugar del mar a quien lo descubra.
Después de algunos años el pescador y su esposa murieron; los hijos quienes aún no trabajaban tuvieron que hacerse cargo de la casa, pero como no sabía hacer nada no encontraban la forma de administrar adecuadamente los gastos del hogar. Todo el ahorro que les había dejado el padre lo gastaron, entonces ellos comenzaron a vender las herramientas de pesca y los electrodomésticos de la casa, y algunas cosas personales de sus padres, hasta que no encontraron nada más para vender.
Lo lamentable era que hasta el momento ni uno de ellos se animaba a decir: “es hora de ponernos a trabajar”. Así que el mayor de ellos hizo recordar que el viejo había hablado del tesoro perdido por los piratas y dijo:
_Qué les parece si nos levantamos temprano, vemos que no haya gente en el puerto y nos ponemos a buscar el tesoro, lo encontramos y solucionamos todos nuestros problemas. Así de fácil
_Pero eso es mucho trabajo, se oyó decir.
_Qué prefieres eso o morir de hambre, volvió a decir el hermano mayor.
El hambre podía más que ellos, así que decidieron ir en busca del tesoro, pero había un detalle, que siendo una hora tan temprana el agua estaba heladísima, así que desistieron entrar en el mar. Pero el no tener qué comer realmente los obligaba a hacer algo rápido, así que nuevamente fueron, pero a la mañana siguiente.
Comenzaron a nadar unos cuantos metros a una distancia, que más o menos había dado a entender su padre, decidieron entonces bucear un poco, pero no encontraban absolutamente nada; pensaron que no habían buscado lo suficiente, así que repitieron el procedimiento durante dos días más, luego cuatro, seis , ocho, y así durante veintiún días, en ese tiempo, habían logrado pescar unos cuantos pececillos que les sirvió para calmar su hambre, habían logrado consolidar un hábito, lo que no hicieron en años lo empezaron hacer en días, les pareció entretenido y sobretodo que ninguno de ellos ahora fallecía de hambre. Cuando menos lo pensaron ya ese hábito se había convertido en costumbre. Finalmente, el mayor de los hermanos, resoluto fue a hablar con el presidente del sindicato de pescadores del Callao al que perteneció su padre, le pidió trabajar como pescador tanto él y sus hermanos. Gustoso el hombre aceptó, y con un abrazo fuerte, de amigos realmente, el señor les dijo: los estaba esperando, su padre era mi mejor amigo y habíamos tramado el cuento del tesoro de los piratas, bienvenidos muchachos.
1. CUANDO SE NOS HACE DIFÍCIL DECIR NO SÉ
Hace algunas semanas, luego de haber dejado a mis hijas en el colegio, decidí regresar a casa caminando. De hecho, tuve que driblar más de una pista en reconstrucción, todas hechas al mismo tiempo por la Municipalidad de Lima, que nos recuerda esa mala costumbre que tenemos los peruanos de hacer las cosas a último momento. A mitad de una calle, pude ver un aviso escrito a mano sobre un pedazo de cartulina desagradable, que colgaba del cuello de un maniquí vestido de minero que decía “se vende bentonitas. Dejando de lado el mal uso de la voz pasiva refleja en el aviso, me causó curiosidad la palabra bentonitas, por lo que decidí ingresar en la tienda en seguida. Ahí estaba la dependienta conversando con quien parecía ser un cliente. Me recosté sobre el mostrador a esperar que se desocupara la señorita. Mi curiosidad por saber de primera mano el significado de esta palabra, me llevó a desechar la idea de buscarla en Internet en la comodidad de mi hogar.
Capturado por los vistosos uniformes de minero y curiosos artículos de pesca artesanal que se dejaban ver por las vitrinas, no me había percatado de lo alejada que estaba del mostrador la dependienta y su lúgubre trato hacia el señor.
_ Buenos días, señorita, interrumpí. Me podría decir qué significa bentonitas.
Hubo una pausa, noté en su rostro nisey un esfuerzo por hablar, un gesto de desagrado cuando se lo pregunté, y miró hacia el señor que decepcionado por algo que no entendí en ese momento, comenzó a retirarse. Sin embargo, de reojo, pude ver a aquel tipo que, a pesar de su enérgica partida, se había detenido antojadizamente a observar los artículos ofrecidos en la tienda.
_No está el encargado, me contestó la dependienta.
_Bueno. Yo sólo quiero saber qué significa bentonitas. ¿Me lo puede decir?
_Regrese más tarde.
Al no responder a mi inquietud, volteé y me percaté que una muchacha uniformada como ella entraba en la tienda; cuando me disponía a preguntarle, la dependienta me levantó la voz vociferando que aquella mujer no pertenecía a esta sección. Pero eso no me interesa, le repliqué. Yo sólo quiero saber qué significa bentonitas. Mientras le demostraba mi fastidio, logré ver a la chica que acababa de ingresar cómo hacía a un lado una cortina perfectamente camuflada al lado de unas cajas viejas, apiladas cerca de un escritorio, e ingresaba en un cuarto que parecía ser el almacén.
Si no trabaja en recepción, entonces debe trabajar en almacén, pensé; allí tienen que saber qué son las benditas bentonitas. Ganas de ingresar no me faltaron pero, ante la posibilidad de ser denunciado por irrumpir en propiedad privada, me arrepentí e incómodo me dispuse a abandonar la tienda.
Estuve a punto de cruzar la puerta, cuando aquel señor a quien encontré conversando con la vendedora, me interceptó para decirme que al igual que yo, él estaba allí para saber qué significaba bentonitas.
Los dos demostramos nuestra incomodidad y sorpresa por lo que nos estaba sucediendo y, casi al unísono, dijimos un par de groserías y nos retiramos.
Una semana después, de regreso de mi trabajo, y luego de ser expectorado por una combi, cuyo chofer había decidido tomar un atajo para evitar el tráfico causado por una par de calles más en remodelación, decidí regresar a casa caminando. De nuevo vi al mismo aviso, pero esta vez, gracias a la Internet, yo ya sabía qué era bentonita.
Al pasar por la tienda no logré ver a la dependienta, sólo estaba un joven bajo de estatura, trigueño y de aspecto amable. Hasta ahora no sé por qué _si ya estaba informado_, decidí ingresar y preguntar.
¬_ Joven, buenas tardes. ¿Puede decirme qué significa bentonita?
Hubo una pausa, un esfuerzo por mover la boca, un gesto raro en el muchacho. Si no fuese porque el hombre era gago, habría creído que la historia se repetiría.
_ Es un aislante de arcilla, me dijo.
_ Y, ¿para qué sirve?
_ Para hacer pozo tierra, señor. La usan los mineros, y también los electricistas cuando hacen instalaciones subterráneas.
Apenas terminé de agradecer al muchacho, pude ver a la dependienta saliendo del almacén. Se acercó a nosotros y me reconoció. Nos saludamos con cortesía, a pesar de todo, y le contó al muchacho sobre mi inquietud. Le dije que su compañero ya me había desasnado. Esta palabra les causó mucha risa.
Aproveché ese momento de buen ánimo para pedirle a la dependienta las razones por las que jamás resolvió mi inquietud.
_ Es que no sabía, señor. Me dijo avergonzada.
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